MARTILLO ROLDÁN EL TAMBERO DEL CUADRILÁTERO
Juan Domingo Roldán recibió un nocaut definitivo del coronavirus. Sin título mundial se había convertido en mito. Acaso fue el último gran peleador que haya sido anunciado en las históricas veladas del también mítico Luna Park. Le peleó más de diez días al coronavirus, estuvo internado en una clínica de la ciudad de San Francisco pero a tenái 63 años, era diabético, hipertenso y obeso. Martillo, tal su apodo que lo hizo conocido en todo el mundo, convocó a las últimas multitudes del estadio de Tito Lectuore para ver la pelea de fondo, reservada solo para los boxeadores que prometían ser campeones. Escribió su carrera sin corona mundial. La única que importa para la galería de la gloria, que es la vital categoría del deporte de los puños. A sus intentos los hizo legendarios. Para ello, contribuyeron los cruces con los poderosos campeones Marvin Hagler y Tommy Hearns.Juan Domingo “Martillo” Roldán nació y murió en la cuenca lechera argentina. Supo ordeñar la vaca en el tambo familiar pero en su imaginación se sucedían coches de bomberos, gente vitoreando su nombre y abrazos por doquier. Todo era potenciado por una de sus pasiones: escuchar boxeo por la radio. Quería la gloria, quería ser campeón. Entonces se le apareció un oso en su camino y ahí comenzó su carrera.La historia remite a una función de la gira del Circo Monumental que armó carpas en Freyre, el pueblito del niño en cuestión. La atracción era un oso dispuesto, mejor dicho alentado por la jauría de los dueños del circo, a pelear con un espectador. El locutor preguntó quién quería subirse a la jaula y Martillo levantó la mano, ante la sorpresa de su hermano quien lo había acompañado. Resistió seis minutos frente a frente con el oso Bongo y ¿cómo lo logró? Cuando el animal se paraba sobre sus dos patas, Roldán se le acercaba y le tocaba los testículos y así desistía el ataque. El relato del periodista Cherquis Bialo también registra otro episodio de valentía de sus puños. Remite a otra anécdota épica. En algunos encuentros de pibes en la siesta campestre apostó que volteaba de un puñetazo a un toro. Sin más preámbulos, enfiló hacia uno que rodeaba el campo y lo noqueó. De ahí a un ring propio hubo un paso. Lo improvisó en el propio campo. Modesto pero suficiente para prepararse y buscar algún festival que le permita la ocasión de mostrarse. Lo hizo y sobrevino la etapa profesional. Lo demás es historia conocida. Tenía 31 años y había logrado todo en este oficio. Cuidó muy bien el dinero que ganó y pasó a ser propietario del mismo campo en el que creció cuando sus padres eran puesteros. Encontró el equilibrio sentimental, tras algunos vericuetos, junto a María Elena, su última esposa. Fue un padre y un abuelo feliz, querido por todos y sin legión de envidiosos o enemigos en su entorno. Le dio al campo y al respeto por su naturaleza el mismo lugar y preponderancia que le adjudicó al boxeo. La profesión que ideó a “Martillo”, un noqueador de la vieja escuela. Extinguida y entrañable.